lunes, 24 de enero de 2011

Esteban Moore: Patricio Lóizaga, la traducción de la mirada.

Patricio Lóizaga (1954-1995)







En Código secreto 1 y New York y otros poemas 2, los dos volúmenes de poesía que ha dado a conocer Patricio Lóizaga, el lector  enfrentará o podrá compartir, todo es cuestión de actitud, la voz del poeta; una que recurre al discurso poético para expresar aquello, que estima, no puede ser comunicado a través de otros géneros.
En su  Notas sobre  la experiencia poética 3, que sirve de introducción a su segundo libro, el autor manifiesta, no sin un dejo de humildad: “ Me atrevería a decir que mi género por definición es el ensayo y que no deja de sorprenderme la escritura poética.”
Entonces una pregunta queda flotando en el ambiente: ¿Por qué recurrir a la poesía como instrumento? Lóizaga, paulatinamente, bajo el haz de una luz incierta, “...donde cabrían el silencio/ el rumor de la vida, la rebelión invisible y todos los ríos...”4 contestará a este interrogante a través de sus textos poéticos. 
Su universo poético se rige por algunos pareceres explícitos: “Gozar,/ de la pobreza de las palabras, / Gozar,/ de los mínimos sonidos/  Gozar,/ de la inexpresividad de las palabras [...] “Hay otra belleza./ Hay otra sensualidad. / Hay otra libertad.” La puesta en escena de estos enunciados desafían “lo establecido por la tradición, la  que se funda en un supuesto consenso  de valores, valores que carecen de cualidades proféticas, pero que a pesar de ello,  logran imponer limitaciones a  la libertad creativa contemporánea” 5. Lóizaga está plenamente convencido que la tradición debe ser releída desde el presente, retraducida, y que las mejores traducciones, en este caso, son “aquellas que toman más distancia del original.”6    
Este fenómeno no es nuevo, se lo puede ubicar a finales de los cincuenta o comienzos de la década de los 60,  en pleno auge de la Guerra Fría; coincide con el desarrollo embrionario  de otro de los cambios que modificarán nuestra percepción del mundo, la transformación del ciudadano, portador de derechos inalienables, en un mero consumidor.
En ese período, un presentimiento comienza a apoderarse del espíritu de Occidente, la noción de Fin, personificándose en la muerte de los grandes relatos 7, la precariedad del arte y el agotamiento del estado de bienestar. La frontera existente entre la alta cultura y la cultura de masas es erosionada, pulverizada. En los días finales de 1965 Jorge Luis Borges afirmaría: “Hacia el año treinta creía, bajo el influjo de Macedonio Fernández, que la belleza es privilegio de unos pocos, ahora sé que es común y que está acechándonos en las casuales páginas del mediocre o en un diálogo callejero...” 9
La belleza como ideal “enfrenta nuevas dificultades, es analizada desde una nueva óptica, la de los estudios culturales; un amplio campo interdisciplinario que involucra a la crítica literaria, la filosofía y las ciencias sociales”. 10  Esta disciplina no se preguntará de que manera el arte invoca lo trascendental o si un objeto en particular es bello. Se centrará en las circunstancias históricas en las cuales nació la idea de la belleza como valor trascendente y cuáles han sido las consecuencias de las  formas de pensamiento que guiaron este proceso. Este ideal  será puesto en duda pues existe la sospecha de que éste puede ser el vehículo adecuado para imponer identidad, absolutos o soluciones finales.
El campo de la poesía no permanece ajeno a estos problemas. Desde los lejanos días en que Ezra Pound comenzó a redactar sus Cantos, según su autor, una larga conversación: “ de los tiempos antiguos y los actuales, ambos a la vez, en síntesis  ,/ de los temas usuales  de conversación entre hombres de inteligencia...”11, un largo monólogo a varias voces en el que la antigüedad, el renacimiento y el mundo moderno son combinados bajo ningún principio en particular, provocándonos una  constante incertidumbre acerca de las nociones de tiempo y espacio; han sucedido muchas cosas.
La publicación de Aullido (Howl, 1955) de Allen Ginsberg, sin duda una de las personalidades del siglo XX,  es una de ellas. En él poeta apela, como lo solicitaba William Carlos Williams, a la imaginación del arte, uno de cuyos compromisos sería el de plasmar una nueva sensibilidad que dé cuenta de nuestra realidad. Esta búsqueda no tiene fin y constituye  “..la misión sin precedentes de nuestra cultura” afirma Daniel Bell. 13 El contexto en el que se realiza esta operación es móvil, cambiante, pleno de incertidumbre. Desde la década de los sesenta se han sucedido una serie episodios de intensidad variable que han  afectado definitivamente nuestra percepción del mundo y de las cosas.
El enfrentamiento que estructuró en buena medida el siglo XX, la contradicción fundamental, el conflicto del capital y el  trabajo, parece diluirse. El mundo en esta nueva instancia es denominado ‘un mundo unipolar’. “La imagen unipolar hace vacilar nuestra comprensión de la polaridad. Intentemos configurar lo que nombra esa imagen. Tenemos un centro dinámico, un centro aglutinante, que es el flujo del capital financiero. Del otro lado no hay un polo que organice: lo otro respecto del núcleo activo no es un polo; es una dispersión.” 14 
Es en este hábitat o geografía, paisaje o panorama,  o como quiera llamárselo, Loízaga quien intenta disolver su creciente perplejidad escribe de corrido: “ Las cosas son./Ontológicamente./ Más allá de lo que/ se diga sobre ellas. / Y sin embargo/ tanto gesto inútil / tanto ruido.” Luego encolumna sus palabras, las compone gráficamente sobre la página en blanco, descubre que puede diagramar el sentido. Se sorprende, como ya lo ha confesado, pero la sorpresa no es producto del hecho de estar escribiendo un poema. Todo lo contrario, ésta proviene de la propia escritura poética, de las posibilidades que le brinda el género: incorporar la pausa, el silencio. “La incorporación del silencio en el interior del lenguaje es una conquista de la poesía, una conquista trascendental que hace de la poesía un género único, el único para el cual el no decir puede alcanzar un valor incluso más alto  que el decir, el único donde el callar encuentra el modo de expresarse, un modo que tiene que ver con el misterio, con la angustia, con la desgarradora aventura de situarse del otro lado de la palabra.” 15
La poesía, por otra parte, no es para Lóizaga sólo otro medio de expresión, es la herramienta que él considera reúne las condiciones  para intentar la nominación de los cambiantes rostros de la realidad. La cual, desde su salvaje multiplicidad, establece cierto grado de pluralismo exigiendo necesariamente la atención del observador. Esta mirada percibirá las cosas y el mundo en sus distintas dimensiones, éstas tienen para él  un “anverso y reverso”, son “Uno y otro” simultáneamente, ni afirman ni niegan su contrario, o su diferencia.
La aceptación de la diversidad, su necesidad de representarla, las dificultades inherentes a este procedimiento, lo llevan a reconocer  los límites del lenguaje: "Palabras. / Le debo / ese severo respeto/ por la música / abstracción / imperfectible / a la que aspiramos / secretamente / casi todos quienes / con signos y símbolos/ siempre insuficientes/  conjeturamos sobre papel."  Esta desconfianza en el lenguaje y sus alcances, cuestión que obsesiona a buena parte de la poesía contemporánea, atraviesa el núcleo del pensamiento poético de poetas tan diversos como Octavio Paz y Alberto Girri y lo colocan notoriamente en la vecindad de Roberto Juarroz, quizás el más escéptico en este aspecto de los poetas latinoamericanos.  El escepticismo  en el caso de  Lóizaga es la resultante de un yo poético "...con pocas certezas / con muchos interrogantes [...] sin afirmaciones contundentes."  que infiere  la labilidad de los saberes, su falta de firmeza, que nuestro destino estaría signado por una eterna búsqueda de sentido; de allí su intento de ordenar el caos del mundo, hallar el "sentido del sinsentido", crear su propio orden arbitrario, establecer el reino de la palabra, constituir cierta subjetividad, traducir su propia mirada, indudablemente el impulso vital  que alimenta a la poesía contemporánea. 


 .  

1- Código secreto, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires 1991.
2-  New York y otros poemas, Emecé, Buenos Aires, 1999.
3-  New York y otros poemas, Emecé, Buenos Aires, 1999.
4- Paulina Vinderman, El Muelle, poema XVIII, Alción editora, Córdoba, 2003.
5- Donald Kuspit, The New Subjectivism, Art in the 80’s, Da Capo Press,  New York, 1993.
6- Edmund Wilson,  The New Yorker, June 2, 1962.
 7-La   Modernidad y su desencanto, Felipe Arocena, Vintén Editor,  
       Montevideo,     1991.        
8- Jorge Luis Borges, Sobre los clásicos, Otras Inquisiciones, Emecé, Buenos Aires, 1975.
10- Steven Taylor, Beauty Trouble: Identity and Difference in the Tradition of the Aesthetic, Civil Disobediences, Poetics and Politics in Action, editado por Anne Waldman  y Lisa Birman, Coffee House Press, Minnesota, 2004.
11- Ezra Pound, Canto XI,  The Cantos, Faber and Faber, Londres, 1986.
12- Paul Hoover, Postmodern American Poetry, Norton, New York, 1994.
13- Daniel Bell, The Cultural Contradictions of Capitalism, The 
           Public Interest, septiembre   de  1970.
14- Ignacio Lewkowicz, Instituciones perplejas; Pensar sin estado, Paidós, Buenos Aires,  2004.
15- Raúl Dorra, ¿Para qué poemas?, Crítica, N°90
           Universidad Autónoma de Puebla, México, 2002.