lunes, 21 de enero de 2013

Novedad Editorial: En negro y negro, Ignacio Fernández de Palleja.



























(Estuario Editora-Colección Cosecha roja, Montevideo, Diciembre, 2012)



Ignacio Fernández de Palleja (1978) es poeta, narrador, periodista cultural y profesor de literatura española y de lengua portuguesa en la escuela media. Este es su tercer libro, el primero de cuentos. Los anteriores fueron Poemas desde un Peugeot rojo y una carretera quieta (2012) y Poemas altibajos (2012).
En los tres libros, pero en este en especial, refleja que también es “un sensible y agradecido lector” (Borges dixit), un estudioso del estilo y las técnicas, de las corrientes y de la historia de la literatura, atento a la sintaxis y a sus juegos. Intertextualidad o guiños, como se le quiera enfocar (y llamar), la lectura atenta de estos tres libros muestran a un escritor documentado, de poderosa cultura, la que sabe procesar sin hacer ostentación.
Tenemos aquí ocho cuentos. En todos ellos sobresale el ingenio. Y aquella fórmula universal de “muestra tu aldea y...”, muchas veces mal aplicada y por ello gastada,  la que encuentra en cambio en este libro el realce y la confirmación de su segura certeza, su verdad.
Llamar “cuentos policiales negros” a los ocho relatos de diversa extensión y estructura que reúne el libro posiblemente sea caer en un reduccionismo o en una banalización (como lo sería llamar novela policial o de tema policial a Crimen y castigo de Dostoievski, Thérèse Desqueyroux de François Mauriac, o la pieza Corrupción en el Palacio de Justicia de Ugo Betti, o a novelas de Dürrenmatt o Sciascia y alguna que otra de Balzac, para poner algunos ejemplos extremos).   
La novela negra y el relato breve negro están más vinculados a lo policial, y si bien lo policial está presente en la mayoría de estos cuentos, la presencia imperativa es la de la hipocresía, el crimen, la injusticia (aunque finalmente la justicia, de una u otra forma, prevalece). En Negro y Negro el autor se aparta de los esquemas de la novela o relatos policiales. La frontera común que pueden tener con la novela negra sólo se percibe en la atmósfera asfixiante, la incertidumbre, la violencia reprimida y la injusticia relativa.
 Lo que prima en estos cuentos es el claroscuro humano y social. Ya en el primero (“El intendente”) se define, se marca, diría que se proclama el estilo y la intención estética que regirá el libro: combina un refinado realismo (el social de las lacras y el individual secreto), con la mirada crítica, sin hacer concesiones pero sin caer en simplismos, mirada que se detiene en el crimen, la mentira, la hipocresía, sin por ello renunciar al humor sutil, y siempre recurriendo al suspenso.
 Los relatos son “duros”, los llamaría “secos” o “enjutos”. No hay una palabra de más, el narrador de tanto en tanto deja caer alguna mirada piadosa, pero no por ello estamos ante un autor que mira la humanidad sin esperanza. Muy lejos de esto último. El pedazo de tejido que  pone bajo el microscopio sigue los pasos de un forense que disecciona la parte enferma de un tejido (más bien los casos se aproximan a una autopsia).
La perspectiva, decíamos, es crítica y refinada, pero sin ser cínica; lo social no empaña lo literario, no cae en juicios facilongos, contraponiendo el blanco del negro, no juega a maniqueísmos: muestra, describe, cuenta... Y cuenta nutriéndose de la literatura que ha leído y de la que a lo largo del libro nos lanza varios guiños. Sus lecturas procesan en su mirada la vida incierta, desconocida y hasta confusa de nuestros pueblos, de nuestros personajes cotidianos, anónimos, oscuros muchos de ellos. Nos sugiere otro Peugeot que sigue rodando por la carretera, y como aquel carruaje al que aludía Stendhal, nos va mostrando lo que ocurre en las veredas, seleccionando con ojo inteligente, eje de una estética, de un fundamento. La carga de contenido mostrada en el Peugeot se mantiene en este libro de cuentos, que presenta una unidad ocular y filosófica firme y constante a lo largo de todos los relatos.
Su mirada es lúcida, pero no necesariamente pesimista, no hay tortuosas historias sobre la derrota de la justicia y no prevalece la podredumbre de un sector de la sociedad, aunque el sarcasmo sea cáustico y el retrato amargo; las metáforas corrosivas, las tensiones y la ironía denuncian males ancestrales, consustanciales a nuestra historia nacional y a nuestro interior nacional profundo. Cada una de las historias está armada de manera que va creciendo en su desarrollo, se complica, gana en enigma y suspenso, en todas los temas de la justicia (al filo de la imposibilidad de que la justicia se imponga) está como escenografía dominante, como reflejo y diagnóstico sobre un repertorio de la realidad social uruguaya.

Horacio Verzi