sábado, 9 de agosto de 2014

Luis Bacigalupo: Poemas



Luis Bacigalupo


























PALOMAR


                             En el mundo que se deshace, lo que él quisiera salvar

                                        es lo más frágil: ese punto marino entre sus ojos y el

                                       sol poniente.



       Italo Calvino

I

No nos satisfacen con sólo mirarnos,
son mujeres de un lunar azul en las comisuras.
Esperamos de ellas ansias y resolución,
una espera inquieta contenida bajo la lengua,
en el ombligo escarnecido de la infancia.
Es lo ya vivido en una existencia que aún
no ha tenido lugar
y no se puede explicar sino por el torso de un idiota
que se babea yendo y viniendo sin intención
de dejarse domesticar el sexo.

El vientre hundido bajo la pendulación del dios
que lo atrae y lo repele en su ineficacia
insiste en formular la pregunta acerca
del vacío ontológico de sus tripas.
Mas
a la sombra de una emanación se duerme,
es su deber,
y ello lo impele al conocimiento
como a la sombra del árbol del despierto.

Hay vacío y escarpaduras y un abismo sin forma
y la palpitación de un corazón desposeído,
la impronta de una deriva de fe.

Los espíritus moderados no están sujetos
al sufrimiento que deja el vivir en el morir.
La rueda incesante, la carne rosada,
el saber dogmático pero apetitoso.
Estos mismos espíritus no ingieren habas
que no guiados por un principio pitagórico,
escatológico.

Es momento de beber incorregiblemente
y disipar la acritud de la miel,
mudar el gesto inconveniente y permanecer
embriagados en dios
en el reflujo nocturnal que no tiene por causa
un manjar misógino ni la supresión gradual
de los apetitos.

Ser eso, y no la indigente copia de una vulgaridad
y eso otro
en la indolencia de arrastrarnos sabiéndolo hacer
y haciéndolo naturalmente,
espontáneamente.
No basta sólo con saberlo,
es el hacer en el estar al punto
de dejarnos morir en el vivir,
en el anonadamiento de un vivir hueco,
de un vivir en la extinción del reptil
que ya jamás habrá de cambiar la piel
habiendo sido eso, y apenas eso.


II

Del modo en que nos retiramos de las cosas
así permanecemos en ellas toda vez que regresamos.
Y en el amor, que es un estar en el corazón
y asirse a una corriente de quietud
y reflejarse
como en el espejo translumínico de esta noche
que retorna bajo el impulso de un clamor,
se refleja un resto de día.

Despejado el destino
se vislumbra al fin la aurora que carece
de color y aspira a una expansión
que la niegue,
que no se aferre al porvenir
como la mano al puño, que es su potencia
y su debilidad.

En el laberinto de los sentidos nos perdemos
mientras nos quede algo de disolución
y esa ignorancia ignota del sabio
siempre más perspicaz que el tonto que ignora
su necedad.

Entonces,
no estábamos justamente allí,
de pie, en la orilla, junto al señor Palomar
que miraba y todavía mira una ola.



SER OLA


Resiste ola el instante de tu muerte
los labios que sellan tu resignación
las faldas del humor alzadas
sobre un deseo que no ha llegado a nacer.

Resiste sin resistir tu impulso
en la imperiosa quietud de tu impulso.
Resiste el rumor supremo de tu espuma
la disparidad de tus formas volubles
en su inminencia, estallido y declinación.

Se es ola toda una existencia
estallada en su duración.

Entre un abrir y cerrar de ojos está la eternidad.

Felicidad
o brisa apenas suspendida
en la aspersión de la sal.

Que así sea y
también
que así deje de ser.



EL CÍRCULO ENCANTATORIO


Estamos a oscuras
porque conviene a quienes aún creemos permanecer
en vista de que la luz decolora las telas.
Permanecer sedentes en el amor
porque además conviene a la oscuridad
si es que alguien ha de morir de ella
o de una permanencia en vías de cambio.

Mal suena en el seno insonoro del sueño
exhortarlo por encima del hombro,
allí, donde un discurrir degrada la noche en nombre.

Conviene
al deseo de quienes aún creen en el amor
todo en vista de que la luz decolora las telas
los pliegues del cuerpo han de permanecer así
porque conviene también a la oscuridad
análoga a una permanencia en vías.

En cambio
mal suena en el seno insonoro de la garganta
exhortarlo por encima del hombro
cuando discurre un sueño sin emisión.

Rueda una meditación sin manillar.
Rueda y declina. No,
no se resiste. No es una templanza
suspendida en la hora que cae
sobre el tejado de un mundo sin testigos.
Yermos
concedidos a petición de unos muertos
para cultivar el rosal protervo de la repetición.

Porque conviene que el alma permanezca a oscuras
en vista de que la luz insonora de las telas
declina bajo un risible discurrir.

Victoria, victoria del amanecer.
No ha logrado la noche sofocar la luz que decolora
el porvenir
bajo la hora que cae sobre los tejados rotos.
La letra rota. Dónde. Estando ya lejos de aquí,
ya demasiado lejos de allá.
Y aunque prosiga estando mucho más lejos aún
propiamente en la prosecución del eco,
en el círculo encantatorio del eco...



REPORTA UNA DICHA AMARGA


La autoridad de un cuerpo desmembrado
en la vorágine del giro alienado,
en la encrucijada paralizante
cuando doblar la esquina no es posible
no es permeable a la verdad
resulta, digamos, permutable.

Cuando
al incorporarnos del sofá dejamos
de ser quienes entonces fuimos
mucho antes aun de apoltronarnos
en él.

Se dio así, debida, indebidamente
pero nadie ha caído en la cuenta
sino más tarde que temprano
entre el antes de dormir y el después
precisamente de ello.

Caídos de bruces al piso braceando
entre el antes y el después.
De la cama precipitándonos,
zahiriéndonos las rodillas al trepar
en forma perpendicular a la trinchera
para no morir,
la cobarde dicha a salvo
y el pellejo, sí,
de toda esquirla,
luego,
quiera Dios no vuelva a ocurrir.


AMOR A LAS FORMAS


Enteramente las formas se esparcen
a dado el caso aparecen cuando
nada dice que fuera a ocurrir lo contrario

alegría de un fatigoso viaje que
sedienta muere
por haber muerto en otra vida

todo cuanto se quiera y mucho más
ay dolor
ay verdad no menos dolorosa
de esta suerte avergonzada
dulce renta
anhelada hasta morir
osar amar
iseo
dolor ardor
verdad si cruenta
transida

luna amanecida en el erial
tan por encima del sol
y tan por debajo de mí
vida
con sus remedos de luz
y sus defecciones

cuando el sol que asoma
su rubor
en mí muere
con la alegría
de una alegoría ínclita.


POR UN ARTE SENTIMENTAL


Dudo que las osamentas de los perros luzcan
piedras preciosas.

En un baldío a la sombra de un nogal
bajo la misericordia cristiana de las horas
no he visto más que moscas.

Perlas viciosas en el escote trasero de un arte
cuyo fuego fatuo destella en su noche más inspirada.

Es razón del juego artero y su farsa combinatoria
propiciar la astucia de eludir lo equino del pescante
por inspiración y por resaca
ya que viene a quedarse entre los vivos
de pagarse rescate poco antes de morir
en el retrete de una representación que parodia
un retablo.

Perro de riña con el corazón pulido como azogue
y los dientes  partidos en medio de una diatriba
sin torneo ni retorno.

Pulsado en el fuera de sí y del mundo
pimpollo
es un primor pertenecer a él
aunque me pertenezca en su rotación y
traslaticia traza humana
mundana delicia de un orbe a secas
antediluviano.

Repetir no
yo no repito
desde una visión del mundo planisferia
cuyo digno rollo puede ser retirado del armario
de la dirección donde
he pasado las horas más perturbadoras de mi infancia
siempre
en muy grata compañía.


LOS HAMBRIENTOS


En ese campo pastan los hambrientos
con la caída del sol, bajo las estrellas,
cuando despunta el alba, encendidos
por el filamento del mediodía,
pastan allí en todo momento, fatigados
pero sin claudicar, pastan incluso cuando la
extenuación los echa en tierra y el sueño
los sume en un lago muerto.

Así son los sueños de los hambrientos
que no cesan de pastar.
Carecen de memoria de saciedad
por lo que abundan en un hambre eterna.

Es un campo rico en pastos blandos
y pastos duros
pero los hambrientos no hacen distinción.

Los pastos de ese campo crecen
en igual proporción en que son cortados
por la voracidad hambrienta de los hambrientos.

El pasto allí nunca escasea.
Que se den por contentos los hambrientos
(jamás por satisfechos)
y que pasten por siempre en paz.
El buen pastor vela
por realización sempiterna de sus pasturas.


ZORZAL


Cabe la posibilidad de no morir ahora
que suena esta obra de Part.
Pero también la de morir lenta o súbitamente.
Dormirse. Serenarse. Disolverse.
Cabe la posibilidad de no escucharla
esa obra de Part,
en todos sus
aspectos. Sus murmullos,
sus fraseos,
los balbuceos de un propósito feroz.
Oír atento o adormecido
pero concitando indistintamente
la apertura a un silencio del cual
nada convenga agregar ni quitar.
Puede que una aceptación,
acaso tampoco eso.

Pero la negación de esta obra de Part
es una entre tantas posibilidades
de morir o no hacerlo sino diferida,
postergadamente.
La audición de la negación de esta
obra de Part
me conduce a Pergolesi.
Su espectro inaudito alcanza
una extensión imposible de discernir
en todos sus aspectos.
Pero siempre cabe la posibilidad de
no escuchar una sonata de Bartók
y optar por la Sinfonía Simple de Britten
o el canto de un zorzal.


Luis Bacigalupo nació en Buenos Aires en 1958. Es poeta, narrador y editor. Ha publicado en poesía Trogloditas (1987), Yo escribía un poemita (1988), El relumbrón de la claraboya (1989), Madagascar (1989), Las purpurinas (1989), El océano (1992) y Elíptica del espíritu (1995); en narrativa, la novela Los excomulgados, precedida por La deuda (2000).